viernes, 23 de noviembre de 2007

CRUCES DE SANGRE – Segunda Parte (Por Amanda González Alvarez)

La taza de café ya estaba fría. Me levanté para llevarla al microondas y así poder, aunque más no fuera, recalentar un poco aquel líquido al que ya estaba acostumbrada, pues era el único que me podía mantener despierta a esas horas de la noche en las que tenía que pensar o en las que no quería dormir.
Sabía que el listado no me iba a ayudar en mucho pero valía la pena intentarlo, eran 17 hojas de vuelos internacionales, en los que había más de 400 nombres en cada uno. Me senté otra vez.
Seguí examinando ese maldito listado en el que, también sabía, no iba a encontrar nada. Estaba a punto de terminar cuando encontré otra hoja más, con la que me quedé asombrada ya que no sabía que estaba allí.

“Vuelos nacionales”
Número Hora Salida-Llegada Listado de nombres
439 21:37 p.m. Viena- L.T. Capital Alfredo Porti, Luisa Cam..
721 21:45 p.m. Lexcor- Viena Marian Cante, José Mu…
337 22:01 p.m. Viena- Grays Armando Cable, Joaqu…
124 3:20 a.m. Viena- Nomiea Carlos Fort, Magali Quee…


Y así seguía con aproximadamente 135 vuelos más. “Vuelos nacionales”… esas palabras me quedaron en la mente durante varios minutos, dando vueltas en mi cabeza, mientras que el asesino de Sophi Conny, podría estar atacando a otra víctima. Marqué los dos vuelos que me parecían los lugares en donde un asesino podría esconderse o seguir su cauce de crímenes y me dirigí a la central.

● ● ●

Después de tres horas de furia ambos estábamos cansados, sabía que ella no hubiera querido hacer lo que hizo esa noche, pero la fuerza lo solucionó todo.
No quería dejar ningún rastro de evidencia mía en ella, ni tampoco quería dejarla escapar.
Saqué un cuchillo de la puerta del coche, una navaja que me habían regalado de niño. Apoye la punta metálica en el abdomen inferior de ese cuerpo desnudo aun con vida, justo sobre su monte de Venus. Despertó y me miró fijamente, al momento se percató del lugar donde se encontraba el arma e hizo un movimiento involuntario como para querer liberarse. Este acto ayudó a la penetración del cuchillo sobre la carne. La punta se deslizó suavemente hacia arriba tajando la carne, el cuerpo, los órganos; la sangre se derramaba rápidamente sobre la hierba. El arma se detuvo en el esternón.
En ese momento la miré. Sus ojos estaban ya vidriosos, casi sin vida. La sangre le brotaba de la boca como un manantial carmesí. Saqué el corazón del cuerpo, el órgano dejaba de latir lentamente. “Qué hermoso trofeo me ha quedado” pensé. Nunca especulé que iba a disfrutar tanto, gozar o incluso amar lo que había hecho.
Metí el órgano, ya inerte, en una bolsa de plástico. Me subí al coche con la ropa, de quien había sido mi víctima, bien doblada, cerré la puerta y, antes de ver por última vez aquel hermoso cuerpo, ya mutilado y aún bellísimo para mí, arroje sobre él un crucifijo blanco por la ventanilla.
Me alejé por la campiña, cuidando no dejar las marcas de mi automóvil demasiado marcadas en la tierra seca, cubierta de muerte.

● ● ●

-Creo que deberías ir a Nomiea, es una de las partes más desoladas del país, es el lugar perfecto para los crímenes. No digo que sigan sucediendo pero si el criminal está suelto puede estar en cualquier lugar y puede que aquel sea el mejor sitio- el jefe era muy convincente en su decisión, y por supuesto no creía conveniente contradecirlo.
- Si quieres puedo mandar a Jordan y a Mikel contigo.
-No señor, muchas gracias. Pero creo que puedo hacerlo yo sola sin que me pase nada.
Ya en la ruta 49 camino a Nomiea, mi mente no dejaba de sacar o intentar sacar conclusiones, en ella rondaban todas las hipótesis de un caso macabro y en el que todavía no había nada resuelto.
Estaba segura, esa sensación recorría mi cuerpo como una electricidad constante, de que el asesino de esa pequeña niña estaba de vuelta rondando sus crímenes.
No podía quitarme de la cabeza a ese criminal, ese criminal imaginario en mi mente, pero muy real en la vida. También sabía que me estaba metiendo en un laberinto de crímenes, ¿sin respuesta?, no sé si decir eso, me consideraba lo suficientemente buena como para conseguir resolver el caso, armar el rompecabezas, o al menos morir por sus mano en el intento.
La noche transcurría despacio, casi infinita diría yo, me quedaban todavía varias horas de viaje hasta llegar a destino y aun me quedaba una reserva de mi fiel amigo, el café, en el asiento trasero del coche; ya en ese momento mi mente estaba abrumada por el largo tiempo que llevaba sin dormir y viendo solo ese paisaje desolado que me mostraba la ruta y los pocos autos que por ella circulaban.

Yo nunca quise ser agente del FBI, ni siquiera por un momento se había pasado esa idea en mi cabeza.
Era hija de dos campesinos, humildes pero honrados, del condado de Oxford. Ya desde niña ellos me explicaron que no tenían el suficiente dinero como para que pudiera ir a una gran escuela o incluso a la universidad; me esforcé mucho durante todos los años que pase en la primaria estatal del condado, fui desarrollando una magnífica capacidad. Poco a poco fui creciendo y llegué a lo que sería un gran paso en mi vida. En aquel momento, tenía 17 años, al poco tiempo de cumplirlos recibí un telegrama de la universidad nacional de los Estados Unidos, en el que me comunicaban que había sido elegida de entre 649 estudiantes para participar del plan: “Becas por la vida”. Al parecer era por las capacidades intelectuales que en mí se hallaban. De inmediato fui a comunicarles la noticia a mis padres, ellos reaccionaron felizmente a la noticia pues sabían todo lo que me había esforzado por conseguir esa beca y alcanzar por fin mi sueño: ser periodista destacada del New York Times.
Me di cuenta de que la felicidad que se notaba en el rostro de mis padres era prácticamente forzada, ya que sabía que por más que ellos querían ver a su hija triunfar y ser alguien en la vida, también querían tenerla a su lado para siempre; pero sabían que era lo mejor para mí y lo aceptaron.
A las dos semanas de haber recibido el telegrama, ya casi resultaba un pasado lejano, me encontraba en la universidad nacional, instalada en una de las habitaciones, con la que compartía junto a dos chicas más, ese fragmento de mi vida.
Varios años después de estudiar en la cátedra de periodismo, esforzada pero también orgullosamente, me gradué como estudiante destacada y al momento me ofrecieron trabajo en el New York Times.
Traspasaba el mejor momento de mi carrera. Intentaba disfrutarlo al máximo en cada instante, procurando que nada destruyera esa felicidad.
Ya en el periódico, trabajando desde hacía ya casi dos años, estaba en un artículo sobre la discriminación racial y moral de los barrios negros del sur de EE.UU. cuando por en frente de la ventana de mi oficina lo vi.
Era el hombre con la mirada más bella que hubiera visto en la vida, en ese momento por una de esas cuestiones del destino, nuestras miradas se cruzaron y sentí una electricidad en el cuerpo que no había sentido nunca; en ese momento lo supe: me había enamorado.
Esa misma noche lo invité a cenar, ya que había estado averiguando y ambos salíamos del trabajo temprano. La velada fue tranquila: cena, velas, romanticismo; no llegamos a nada corporal pero fue una noche muy divertida. Al poco tiempo, confirmamos la pareja, la noche para celebrarlo fue la más fantástica que hubiera tenido nunca, en esa noche, sobre la cama cubierta de pétalos de rosa, me hizo suya. Ya nunca nos íbamos a separar.
EL 20 de noviembre, casi a tres años de comenzar la pareja, celebramos nuestra boda. Al transcurrir el tiempo, la pareja empezó a perder romanticismo. No sé, creía que la llama que se había prendido hacía años atrás a fin se iba apagando poco a poco.
Yo por mi parte, ya no me sentía satisfecha con mi matrimonio, y mucho menos con mis relaciones maritales que ya escasamente sucedían.
Con el tiempo me fui enamorando de un joven que recorría mi barrio todos los días, en su auto. Él era joven, rebelde, vigoroso; no sé como pudo pasar pero con el tiempo los dos terminamos siendo amantes.
Cierta tarde, estaba en el porche de mi casa hablando con mi marido, en la lejanía divisé el coche rojo, brillante, de el que era mi amante, venía hacia mi casa. Comencé a ponerme nerviosa. Mi marido se dio cuenta de eso. Empecé a tartamudear, a sudar. Me levanté e intenté caminar. El coche estaba cada vez más cerca, a pocos metros de distancia.
-Mi amor, ¿no quieres que vayamos adentro? Aquí ya esta muy caluroso- me acuerdo haberle dicho a mi marido.
ÉL no me hizo caso, y se quedó allí sentado en su hamaca.
Por fin el peor de mis temores sucedió: el auto se había parado en frente de la puerta del jardín. MI fiel amante, el hombre con quien había pasado mis noches fuera del alcance de mi marido bajó del coche, empezó a caminar firmemente.
MI marido le preguntó quien era y que quería. Él no respondió, vino directo hacia mí. Reciamente me sujetó del brazo. Mi esposo lo golpeó. Él se enfureció.

Aun hoy el tronido del arma sonaba en mi cabeza, como si hubiera sido hacía pocas horas.
Todos esos recuerdos brotaban de mi mente como un manantial que no podía olvidar, que no debía olvidar si quería hacer justicia. Después de esa escena, a mi amante lo había dejado. Él escapó y yo me hice agente del FBI para encontrarlo y encarcelarlo.
Llegue a Nomiea.

1 comentario:

uniboy dijo...

wow thats cool come check mine out